En el fondo del pozo se reflejaban sus siluetas, que bailaban. Los defectos parecían otros, de hecho, con la distancia se confundían y solo parecían eso, una más de tantas parejas de enamorados que daban largos paseos al sol en los parques mientras volaban los molinillos de viento. Pero todo era más complicado que aquello que solo adquiría una forma concreta ahí, al final de aquel hondo agujero negro que tanto brillaba con los rayos traviesos que se atrevían a desafiar las gruesas paredes de ladrillo.

Él la miraba con afectación a través de sus gafas, ella observaba la imagen que le devolvían las aguas mientras se agarraban fuertemente las manos, como si temieran ser separados en cualquier momento, hasta que al final una lágrima escurridiza rompió el silencio envolvente, al tocar aquel fondo dibujando unas ondas que crecían por momentos, como cuando los niños pequeños juegan a la rana.


El cielo se abrió y miles de sombras invadieron todo, incluso la brisa se calmó. Sus almas volaron junto a las briznas de hierba recién cortada, aquel era su momento, lo habían decidido hace tiempo. A él los días se le acortaban cada día más, a ella sin él no le quedaban días, ni meses, ni años, así que habían decidido mudarse a un lugar en el que no existiera una unidad temporal que delimitara sus encuentros, un lugar en el que expandirse plenamente y juguetear eternamente entre nubes de pensamientos sin destino. Partían juntos y eso es lo único que importaba, en aquél lugar no existía el miedo y solo tenían una idea fija,partir hacia otra dimensión, hacía el infinito, hacia más allá.

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