La noche de los Oscar es mi favorita del año.
Puede resultar banal, o incluso un tanto superficial, debido al despilfarro de medios de todo tipo que la academia Hollywoodiense derrocha para tamaña estupidez como puede suponer una entrega de premios, pero el aura mágica que todo lo envuelve es innegable. Y tampoco es que los premios sean unos premios cualquiera, muy a pesar del desprestigio académico que año tras año hemos venido observando, con categorías compradas y robadas a partes iguales, y un cierto tradicionalismo que espanta en demasía y tan característico de la sociedad americana.

Quizá porque es el sueño de todo niño, o quizá el sueño de todo niño un poco caprichoso, ser actriz/actor y llegar en algún momento de tu existencia a un lugar como éste, imbuido por el carisma de tanta celebridad, quizá porque simplemente todo eso que les rodea es mágico a ojos del mero espectador, o quizá porque tengo una gran enfermedad que tiende a idealizar todo aquello que a mi me hubiera gustado, quizá a todo ello se debe mi profunda, absurda y superficial devoción. Total y devota admiración.


Este año he tenido la gran suerte de ver casi todas las películas nominadas, y es bien conocida mi obsesión con Michael Fassbender, Jean Dujardin y muchos otros famosos del celuloide. Sólo la posibilidad de estar visionando, tan lejos pero en cierta forma cerca, a los objetos de mi devoción y siendo partícipe de este evento, me siento privilegiada. Absurdeces del ser humano, mitómano, poco conformista y tonto. Si tan sólo supieran lo que con sus películas conmueven este pobre corazón...

Bendita ficción.

Comentarios

Entradas populares