Dónde siempre te querré






Anoche, paseando por la playa, me encontré de frente con un recuerdo.
Los recuerdos, pueden tener formas diversas y aparecer en cualquier momento, y en este caso, se me presentaba en forma de persona, de alguien desconocido, pero querido. De una persona a la que quise intensamente, al menos durante dos días de mi vida. Y aunque parezca poco, el amor intenso, en la memoria dura más.
 Le observé durante un buen rato, con su pelo largo rubio y liso casi cayendo sobre sus hombros, ajeno a mi interés. Sostenía un pequeño porro casi consumido, y un vaso de contenido granate, su mirada estaba perdida y parecía el último ser en el que alguien se fijaría, de no ser por el hecho de que yo no podía apartar la mirada de aquel lugar. Le había crecido mucho el pelo, y ahora tenía mucha barba. Por lo demás todo recordaba a esa foto pequeña que aún conservo en algún lugar secreto de la cartera.
Me sentí durante mucho tiempo culpable del hormigueo que sentía en mi pecho y de mis ganas de llorar, que no parecían tener encaje. Las miradas no correspondidas, el no significar nada para alguien, siempre son motivos que nos alertan. Y es que esa persona, no era una cualquiera. Fue una balsa que encontré una noche muy tarde mientras navegaba en un océano revuelto. Fue la mano que me invitó a subir tambaleante a una tierra desconocida y estable, y me salvó uno de los días más tristes de mi vida, de mi misma.                    

    No sabría muy  bien explicar lo que me pasó ese día, tampoco se bien que supondría nuestro encuentro fortuito para él, pero su indiferencia dolía tanto, como seguramente duele que te arranquen una extremidad. Como que te traten de arrancar un recuerdo. Y en cierta forma me sentí egoísta, porque dentro de aquel recuerdo que se asemejaba en mi memoria a una isla extraña, él todo el rato miraba  el cielo, mientras que yo no podía parar de observar el fondo del mar. Para mi sus besos fueron un alivio que calmaba una honda tristeza, para el, una simple necesidad.                        


Aún así, no puedo parar de mirarle, pese a que cada mirada furtiva me haga sentir peor. Él para mi, es un día repleto de besos y paseos a oscuras, una intimidad inventada teñida de ficción, un viaje muy breve, pero intenso. Yo para el ya no soy nada.    

Y os prometo, que ahí, en ese momento, pensando todas estas cosas, me doy cuenta de que quiero a alguien como no lo había hecho antes. Que ya no existe, ya no está ahí y al que sin embargo miro de frente. Quiero a esa persona que me ha devuelto ese recuerdo valioso, que me ha devuelto a mí misma. Pero el me ha olvidado, y no piensa en mi de la misma forma. O eso quiero creer. O miento y pienso que el también me recuerda y en sueños de vez en cuando me observa y me dice que tengo los ojos más bonitos que ha visto en su vida y que ójala nuestros dos días duraran siempre.      

 Él, por supuesto no existe. Pero anda, vive y respira como una persona que me he querido inventar. Le veo de lejos, le sigo queriendo y le sigo inventando. De repente siento felicidad.
 Ójala el ,en algún momento, me haya encontrado en algún lugar de su memoria. Aunque nunca lo sabré. En ese lugar me quedé perdida para siempre, seguramente, hace dos años.

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