De S. de su poder. De cómo se paró el mundo



Somalia no era un país, que era una niña con ojos de trigo,cuerpo de gato, y pelo rubio de camomila. No era como el resto de los niños, no tenía la cabeza ahuecada ni una abrumadora inocencia, pues mientras éstos correteaban por las calles de su ciudad, ella guardaba un tierno y revelador secreto. Y es que Siempre después de un anunciado destello fugaz, podía ver la muerte de los demás brillar sonriente en sus pupilas.Algo que por supuesto no podría contar jamás, ¿Alguien la creería?

Pero lejos de otra cosa, Somalia no tenía miedo. Sin retirar la mirada a ningún ser- incluso en los casos que pudieran resultar más dolorosos- logró ser la primera persona en anteponerse al factor sorpresa y durante años fue feliz, disfrutando al máximo de su secreto y tratando a los demás de acuerdo a esa pequeña virtud. Nunca tuvo un ápice de maldad, y aunque todos lo atribuyeron precisamente al hecho de que fuera una niña, lo cierto es que dentro de sí habían pasado años, o al menos los que tarda una persona en enfrentarse a las desgracias del mundo, -que a mi juicio en ocasiones, pueden ser hasta siglos-. No lo sabía,pero después de todo eso, era probablemente la persona más vieja del universo.

Después de tantas pérdidas anunciadas, había desarrollado un fortísimo vínculo emocional con el recuerdo, que le servía de consuelo en los momentos bajos y hasta cierta impasibilidad, quizá apatía,pues quién convive con algo, se hace inevitablemente a ese algo. Pero la niñez no dura siempre, y la inocencia y el despiste, se van sin avisar, y así la vieja-niña Somalia, se hizo grande, entre debacles y catástrofes, pero jamás un solo susto.

Pasados los años, un día de Mayo, -y digo Mayo como podría decir cualquier otro mes-, Somalia encontró, lo que podemos denominar de una forma cursi como el amor, mientras caminaba aviesa cerca de un tranvía, en una ciudad que podría haber sido cualquier ciudad del mundo, de no ser porque en ella se encontraba aquél ser, al que bastaba observar para sentir deseos de conquistar el mundo entero. Ella rubia como un rayo de sol, el con una zanahoria de sombrero. Tal para cual.

Después de mucho tiempo,desarrollados su cuerpo y sus instintos -más o menos perversos- se apercibió de que no todo en la vida era precisamente muerte y se entregó a los primeros placeres de la vida, tardíos pero no por ello menos culpables, y se olvidó de todo lo demás, descubriendo que las mariposas en el estómago no eran más que un eufemismo a la hora de definir el verdadero enamoramiento y la verdadera ubicación de los cosquilleos. Cosas del mundo de adultos al que se incorporaba de pleno.

La primera persona a la que no podía mirar fijamente a los ojos se llamaba Togo, y tenía 23- quién sabe si no fueran 30, 40 o 60 ¿acaso importaba?- y aunque fue algo que siempre atribuyó a un rubor inexistente : "De cerca las miradas son demasiado reveladoras" -Y tanto, pensaba yo en mi velado escondite- lo cierto es que por primera vez sentía miedo de conocer la verdad, tan sola como podría quedarse en cualquier momento en este mundo, sin aquel pelirrojo casi irlandés, al que ahora pertenecía moentras se apegaba fuertemente a su fingida condición de persona "normal".

Pero lo cierto es que aquello no podría durar siempre. Una noche, algo embriagada, entregada a lo que podría definirse como la fusión perfecta -Y no precisamente empresarial- un pequeño despiste la introdujo en la oscuridad de una pupila absorvente, que la llamaba a voces. Con su extraño nombre de País con el que pocas personas la conocían, -el resto se habían ido ya- la atrajo inevitablemente hacía la nada, con susurros lacónicos y malignos. Pero ahí no había brillos, ni guiños, ni trampa ni cartón. Una pupila, vacía, sin más.

Pensó por un instante en aquella frase de Shakespeare sobre la ceguera del amor, y sintió consuelo. Todo negro, oscuro, vacío e insondable. Fue probablemente la primera persona no solamente en ser la más vieja de la Tierra, sino también la primera en alegrarse de tener oscuridad a su alrededor. Pero como ya era la primera en muchas cosas, pareció pasar el detalle por alto.

Sintió alivio, respiró supongo como no lo habría hecho nunca y se rió. Prefería vivir ciega, era mucho mejor. Y con creces. Dónde iba a parar. Aquella maravillosa novedad era lo mejor que podría haberla pasado en su vida.A partir de ese momento podría mirar las estrellas sin ni siquiera levantar la vista al cielo. Qué bonito es el amor Pensó ella, pensamos todos -y entre gemiditos se acordó de lo que era amor, pero no lo era tanto- y el resto de espectadores curiosos se fueron sin hacer ruido. A nadie le gusta compartir hasta ese punto su felicidad.

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