Con veinte añitos...











Últimamente, y con el transcurrir de los años, mi colección de imperfectas manías (o nostálgicas, como dice la canción) se ha visto incrementada de manera bastante considerable.
He pasado de ser incapaz de hacer nada sola, a convertirme en un ser totalmente independiente a todos los efectos, he desarrollado un apasionado gusto por la literatura existencialista y los momentos de soledad, por los videojuegos facilones y los fantasiosos pensamientos y he creado una situación de dependencia especial con mi hermano pequeño,que se ha convertido en mi particular angel de la guarda, confidente y mejor amigo.
No puedo vivir sin ver mi flequillo bien puesto, tieso y recortado, sin las planchas a cuestas y un temor irracional a la humedad, sin las converse que me acompañan en mis carreras infinitas (nunca llego pronto a ningún lado) y mi principal seña de dentidad es mi eyeliner, siempre fiel a mi mirada maligna y mi pose emo.
Incapaz de refrenar mi pedantería mental, utilizo nuevas palabras totalmente cursilongas a lo largo del día de las que se deduce mi vocación literaria, utilizo el messenger cada vez con menor frecuencia porque sólo me trae problemas con seres que no saben cuando parar, contando sin embargo cada día con más y más páginas inservibles a lo myspace en las que expongo miles de detalles personales con pelos y señales. He convertido a Michael Scott en mi guía personal, a Guille Milkyway en mi consejero espiritual y he decidido dar una tregua a mi inutilidad y cumplir mi sueño de aprender a tocar la guitarra de una vez por todas.
Me he convertido en una, más que hortera, fashion victim, enamorada de pichis petos y camisetas grupis, sin los que no salgo a ninguna parte, ya no soy capaz de elegir vestuario de manera poco compulsiva, sin arrepentirme diez minutos después por sus imperfecciones, o de frenar el afán consumista que siempre tiende a aparecer por estas fechas y que ha acabado con mis compras de películas y discos para sustituirlas por cantidades considerables de dinero en trapos que generalmente se mueren de asco en mi armario compartido.

Siempre con algo en las manos, móvil, llaves u objetos que hacer volar, con los que distraer mi atención en momentos especialmente incómodos, he desarrollado una increible capacidad para decir la chorrada más inoportuna en el momento más inesperado o la frase más acertada en el momento más necesitado.
Si ya de por sí, era persona de grupismo desmedido, en los últimos tiempos éste ha adquirido tintes insospechables gracias a nuevas vías de acoso a mis pobres torturados, pasando de conciertuchos en las fiestas de la ciudad a movilizaciones en masa para ver a los ídolos de turno y convirtiéndome en una tirana de los sonidos del hogar, siempre contaminados de la música procedente de mi selección particular. Lo peor de todo es que me he convertido en una popera convencida de gustos nada recomendables y melodías discotequeras constantemente en mente con letras profundas, mucho más contenta bailarina y sonriente que en otras épocas. Y si, me he convertido en una fan histérica de primera línea.
Sin punto medio, puedo pasar de no ver ninguna película en un mes, a ver tres diarias o temporadas enteras en lugar de estudiar, de no escribir nada a llenar páginas enteras de borradores inservibles contenedores de miles de pensamientos trascendentes, de no tener ni idea de nada a un insaciable y eterno hambre de nuevos conocimientos, formas de vida y cosas que jamás salen de mi boca en la vida diaria y que sorprenderían a más de uno, de dos, y seguramente de tres.
He convertido a mi Ipod en mi instrumento de evasión de la realidad, he creado mi particular mono, totalmente homeriano, ante determinadas personas a las que generalmente no puedo escuchar y me he dado cuenta de que realmente no vivo en este planeta hace mucho y sobre todo, de que tampoco quiero hacerlo

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