Subir por una escalera mecánica infinita (o como seguir ascendiendo por siempre sin llegar a ninguna parte).

La sensación es exactamente la misma a la de subir por una escalera mecánica infinita.

Un pie, otro pie, un paso después de otro....(pasitos pequeños, por supuesto, pequeños y jodidamente temerosos) y subir y subir porque las escaleras no cesan en su movimiento infinito. Como el tiempo que no se detiene. Como las dudas. Como los comentarios que me matan por dentro. Como la ansiedad que crea bucles eternos dentro de mi pecho y que sube por mi cuello hasta ahogarme como si fuera una enredadera. Una enredadera verde, frondosa y hasta bonita, con un pesar floreciente e incansable que no desaparece. Ya son tantos años que la sensación de ahogo es hasta reconfortante. Como si fuéramos amigas ligadas por un complejo síndrome de Estocolmo. Como si su ausencia doliera. De verdad. ¿Dónde está ella cuándo te atreves a sentir felicidad por un minuto? Joder, quieres que vuelva, así no te sientes tan culpable. No es para ti, ¿cómo te atreves?.

Así me siento la mayor parte del tiempo. 24/7. Tik tok. El repiqueteo es inquietante y reconfortante por partes iguales. Es agotador. Y es complicado explicarlo. ¿Quién va a escucharlo? ¿A quién le importa algo más allá de no tener problemas en su propia vida? ¿A quién le importan realmente los demás? ¿A quién pueden importarle las divagaciones obsesivas de una mente que se mueve frenéticamente?-.

Siempre he sido especialmente torpe, lo reconozco. En todo. En la vida, en las relaciones humanas, en la toma de decisiones. Nunca he exigido nada porque....¿Por qué? ¿Por qué tendría derecho yo a hacerlo? Con nadie, pero especialmente en el amor. Joder, Elisa, confórmate, no tienes derecho a nada más. Aunque lo cierto es que este estadio de indecisión y de miedo es absolutamente nuevo para mi. Estoy paralizada.

Antes...si alguien me quería...pasaba de pies puntillas por encima de todos los defectos...no sé, ¿y si esa persona se daba cuenta de qué realmente era una impostora? Un polizón cobarde. No tenía (no tengo) ningún atributo destacable...y todos esos defectos....todos esos defectos tan feos que la gente se empeñaba en señalar constantemente...y que ya señalaba yo antes como si de repente tratara de emular a un un torpe soldadito de juguete protegiéndose a toda costa del daño ajeno con su fusil de plástico. Porque así es, los escudos emocionales son tan frágiles como el policarbonato.  Son endebles y el daño traspasa ese material. Así siempre. Sufriendo porque aunque gritara en mil idiomas mi voz no era lo suficientemente fuerte. Solo la escuchaba yo. Solo me permitía escucharla yo.

Y entonces llegó.

El disparo.

Joder, esa sensación que llevas buscando toda la vida y que no habías sentido jamás. Y que no es mágica ni se parece a las películas pero es parecida. Una bomba nuclear en el pecho. Un meteorito impactando en tu cerebro. Una melodía de jazz en Babylon que te invita a ovacionar desde tu pequeño asiento. Una sonrisa capaz de tumbarte y unos ojos tristes que...no sé, no sé que tenían esos ojos. Me enamoraron desde el primer minuto, me atraparon como dos cometas en su pequeña órbita.

Y yo sentía vergüenza de...no estar a la altura, de mi físico, de....¡Todo! hasta de mirarlo.  ¿Cómo podría yo provocar en alguien ese sentimiento de equilibrio tan desconcertante y esas cosquillas en todas las partes de mi cuerpo? En el alma, en el corazón, en todas y cada una de mis partes sensibles.

Y no sé. Yo quería más. Y mal. Y me sentía como en una piscina medio vacía, chapoteando torpemente como una niña pequeña intentando captar atención desesperadamente. Debatiéndome entre todas las cosas que queria, que querría pedirle y la vergüenza tremenda que me provoca(ba)n mis defectos.

¿Por qué?

¿Y por qué no supe estar a la altura? ¿Y si ahora lo he estropeado todo y esa sensación no vuelve? ¿Y si no logro superar esa ausencia ahora que la vida (que nunca ha tenido) no tiene sentido?

Y me pregunto no es ya lo suficientemente complicada como para enredarlo todo aún más. Para seguir...cediendo. Para todo. ¿Qué nos queda por delante? ¿Seguir cediendo a nuestros instintos? ¿Todo va a ser así de complicado? ¿Tengo que tragarme todos estos sentimientos y esperar que se diluyan como la tinta en el agua? ¿Y qué sentido habría tenido todo? ¿Y por qué la vida me habría regalado esa sensación para robármela tan descaradamemte? ¿Y por qué me la había robado yo por ese miedo eterno que me persigue siempre incansable?.

Me pisan los talones mis errores, como en una persecución grabada en un bonito plano secuencia, aunque con los colores de una película de Wes Anderson. Todo es angustioso pero teñido de tonos pastel. Y me siento mareada. Y sigo subiendo, pero la escalera es infinita y sigue sobrepasándome. Y me he quedado sin fuerzas. Al final del camino me desplomo y veo una luz que me deslumbra. Ni siquiera allí encuentro el consuelo que busco. No hay consuelo para los cobardes. Solo temor y desaliento. A veces desearía encontrar un Dios al que pedirle ayuda. Pero estoy sola. Las palabras, el eco....solo rebotan.

Ojalá alguien pudiera salvarme.

Ojalá existiera esa pequeña posibilidad.

No merece la pena.

Como el último pasajero del Titanic. Mi alma se va hundiendo poquito a poco en el inmenso vacío emocional que va encharcando mis pequeños pulmones.

El fundido a negro es...bonito. Lo prometo. Y allí, aún moribunda e invadida por el desaliento, creo que sigo queriéndote.


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