Nanano




Desde aquella perspectiva, sus ojos , ligeramente enrojecidos, parecían resplander misteriosamente detrás de las gafas de montura azulada. En ellos yo a veces creía leer una sabiduría inapropiada para su edad, y una tristeza muda, tan inquietante y confundida como él, que en su fuero interno se debatía entre esfuerzos por aceptar la realidad más cruda o la indiferencia, la incomprensión propia de la edad.

No podía dejar de observarle,cuidadosamente protegido por las páginas del libro que leía, o que más bien, fingía leer porque la sensación de agobio envolvente echaba por tierra cualquier intento de concentración, eran tiempos duros, incluso aún para alguien como él, lo suficientemente despistado como para no darse cuenta, lo suficientemente pequeño como para seguir viviendo en un mundo fantástico en el que a todos nos habría gustado poder entrar. Le veía absorto en el juego que tenía entre manos, con la cabeza ida, quién sabe en que mundos infantiles pero lejanos.

Y eso era probablemente lo que le convertía en la persona más fascinante que había conocido jamás, la más fascinante sobre la faz de la tierra y eso era decir mucho. Aún a pesar de su corta trayectoria en la vida, él estaba por delante de los demás, mi apoyo más fiel, mi pequeña esperanza.

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