Canción de cuna


Fue el contenido de esa furtiva misiva que le entregó el recepcionista el que provocó aquella extraña reacción. De repente sus pupilas, ya de por sí grandes por el tamaño de sus ojos, se dilataron extrañamente y sus manos comenzaron a temblar mientras como poseida por una curiosa fuerza comenzó a dar vueltas alrededor de la galería. Parecía que aquella carta llegaba en un momento poco adecuado, o tarde, lo cuál no sería de extrañar si tomamos en consideración que eso pasa con la mayor parte de las cosas en esta vida, y aunque todo eso podría haberlo deducido un observador imparcial de su nervioso comportamiento, la situación era de lo más estrambótica, rodeada de tantos personajes variopintos como los que se acumulaban a su alrededor.

Y no, no podría haber llegado en un momento peor o de haber sido así,muy rebuscado habría sido encontrar otra situación menos incómoda. Aquella mañana de Sábado compungido estaba muy nerviosa, más de lo habitual. Por fín, despues de varios intentos infructuosos se había decidido de una vez por todas a abandonar aquellas pastillas, los fármacos de bajo coste eran su perdición. La intensidad de los ataques de ansiedad de los últimos días no parecía tener cura y sólo encontraba cierto alivio en aquellos cigarros de medianoche cuyas caladas parecían poner fín a cualquier terror repentino. Solo cuando fumaba aspirando furiosamente el reconfortante humo, en la terraza del octavo piso, lejos de miradas curiosas ajenas a las lágrimas que ya no podría contener jamás, recordaba que a pesar de todo, seguía con vida, respirando aquellas nubes cálidas y tóxicas mientras el ruido demasiado bajo del televisor la acompañaba en horas aciagas.

Además era ya de por si bastante duro haber puesto fín a las sesiones pendientes que le restaban, su cuenta en números rojos le impedía seguir permitiéndose lujos propios de clase alta, y el psicólogo era uno de ellos. A fín de cuentas seguía sin trabajo, y su desequilibrio mental no auguraba un exitoso futuro laboral, a pesar de todo el esfuerzo que antaño depositó en estudiar casi doce horas diarias; al final como todo en su ruinosa vida había sido en vano, pero eso ella ya lo sabía pues aquel revelador sueño se lo dijo una vez, y claro, ella no lo habría olvidado así como así.

Sólo le quedaba él en este mundo, su salvavidas; ella le veía como su nexo con la realidad aunque lo cierto es que concretamente él la alejaba enormemente de la cotidianeidad, aunque ella no lo viera, él, el sustento de su compungida alma. Pero entonces llegó esa carta, como si de un guión demasiado visto como para ser bueno se tratara, y todo comenzó a dar vueltas,o dejó de darlas, porque el mundo se había visto sustituido por una densa niebla, fruto del cansancio inconsciente y del mareo repentino suscitado por el terrible calor de la habitación en la que ya no podía ni recordar cuánto tiempo llevaba alojada.

Lo había conocido en un concierto; era poco dada a eventos sociales pero la música era otra cosa, podría hacer una excepción a sus fobias sociales pues insuflaba vida a su alma, era como su particular bypass, un elemento de evasión en un mundo demasiado marcado por la mediocridad, y aquel personaje novelesco,de flequillo ladeado, enormes ojos y estilizada figura, fomentaba su imaginación en gran medida, la evadía de lo mundano, alejaba cualquier atisbo de mediocridad por un instante. Lo cierto es que ya se conocían, de una manera poco casual. Conversaciones trascendentes y mordaces, ávidas de encuentro carnal y de resacas domingueras antecedieron a su encuentro personal, conversaciones que al trascender a un plano físico no hicieron más que fomentar la tensión latente, su necesidad física, pues les unía un carácter parecido así como unas ganas irrefrenables de poner fín de una vez por todas a una personalidad incomprendida y triste.

Recordaba con nostalgia, y al hacerlo ladeaba perezosamente la cabeza de un lado a otro con las pestañas entornadas, aquel fallido intento de beso ocasionado por un chicle de fresa, las caricias en la nariz, aquellos susurros tenues en su oido que resultaron canciones inaudibles por la música del bar, detalles que desataron una espiral de afecto mutuo, prodigado en las escasas ocasiones en que lograban encontrarse. Recordaba mientras las lágrimas amenazaban con inundar el balcón como en aquella misma habitación habían conversado largamente sobre medicamentos, sobre la vida y la sociedad y sobre el amor, y cómo ambos se habían jurado tantas veces que ellos no sentirían ni por asomo nada parecido ni nada tan humano. En ese momento ni la monótona voz del televisor lograba acallar la voz de su alma, que chillaba en un último intento por hacerse notar.


Y ya era tarde para todo, se repetía entre sollozos, aunque supo por un momento que podría haber continuado así toda la vida, enjugándose las lágrimas, contando minutos en la esquina del último autobús que le dio tiempo a coger, aquel mismo en que lo encontró, o más bien se encontró a sí misma, dibujando sobre los lunares de su espalda, soñando con esas muñecas finas y esa voz cascada pero intensa mientras apoyada contra el cristal temblaba con el traqueteo del vehículo mientras entre susurros pasaba los dedos acariciando el pelo que dormía detrás de su oreja.

Era tarde para todo, para olvidar y desterrar recuerdos,para construir algo nuevo sobre las ruinas de lo perdido. Y todo lo que al final pudo recordar fue una nana, la misma que cerraba la carta a modo de despedida dulce y dolorosa, la misma con la que se durmió, la primera y la última que oyó. Entonces las luces se apagaron lentamente, de un modo cuasimágico, embellecidas por los relámpagos de la inconsciencia, por los momentos más tiernos de su existencia. Y aquello fue lo más bello que vio jamás, no era una sensación de sufrimiento si no de calma, tranquilidad y paz, y por un instante agradeció poder haber vivido para sentirlo, ya no podría contarlo. Y solo se compadeció por no haber cumplido su promesa, no se arrepintió de nada más ni se encomendó a nadie. Ya jamás podría decir que habría abandonado su adicción, pero ésta logró calmarla.

Comentarios

  1. Esto me recuerda a la canción de cuna de las noches y los tejados... las peores cartas, son aquellas que se reciben por las noches, esos carteros no llaman dos veces.

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  2. escribes genial. y esta historia resulta conmovedora.

    :)

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