La nada más absoluta
Esto es como todo, a veces nos agarramos al pasado como a un clavo ardiendo, por miedo al futuro.
Y nos agarramos al pasado como algo abstracto, como un concepto: aferrándonos a él con cosas absurdas, nimiedades: un número de teléfono, un contacto, un recuerdo de algo que no volverá a pasar, la foto de una persona, un nombre o un salvoconducto que nos lleva a algún punto en el que algún día fuimos felices.
Una felicidad ficticia por supuesto. Como toda la que nace de recuerdos adulterados, manipulados como madejas de lana revueltas en los entresijos de tu memoria.
Hasta hace poco tenía miedo de dejar ir las cosas. ¿Y si vuelven? ¿Y si lo necesito? ¿Y si me necesita?
No vuelve nada nunca. Ni los fantasmas reales ni los fantasmas del mundo real. Ni los malos recuerdos, ni las malas personas, ni... ni aquellos que en su día me hicieron temblar de miedo, rabia, de ansiedad y de confusión. Todas descansan en el mismo cementerio, muertas, casi olvidadas y con un poder tan pequeñito que ya ni asusta.
Pero todo cambió en los últimos días. Ya no tengo miedo a perder cosas que ya he perdido, porque no se puede perderlas dos veces. No se puede retener lo que no existe y no se puede revivir algo que nunca tuvo que pasar en primera instancia. No puedes revivir el dolor.
Así que ayer me desprendí del equipaje pesado que, como un lastre inmenso se agarraba a mi espalda de forma brutal, y con ello,de todo lo que me unía a la persona que fui antes del año anterior. No me ata nada a nadie que ya no existe, la nada más absoluta.
No me queda ningún recuerdo y en mi mente, lo últimos que se posaron tímidos en la palabras de este pequeño espacio, vuelan libres al rincón de las cosas sobrevaloradas y sobredimensionadas por una ansiedad crónica y un concepto absurdo del todo.
Todo se desdibuja, todo se diluye y las gotitas de pintura con las que creí que pintaría un futuro perfecto y que acabaron transformándose en pinturas goyescas, son hoy cuasi transparentes y resbalan al vacío.
A la nada.
Nada fuiste. Nada eres. Nada es el nombre que le doy al espacio que ocupaste.
¿Y sabes por qué sonrío? Porque todo esto me condujo a una fortaleza desconocida y al refugio que hoy es mi casa. Donde jamás de los jamases volveremos a encontrarnos.
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