¿Sabes?

 


¿Sabes?

Estoy destrozada y en el fondo no es tu culpa, pero me has arrasado con la fuerza de un huracán.  Me has arrastrado y ya no puedo volver a casa. ¿Acaso queda algo que pueda llamar así? Quizá lo hubo en algún punto, pero ya no tengo fuerzas para intentar construirlo de nuevo.

 Por favor, no lo llames desidia, es que las ganas de vivir se me escurren entre las piernas como los restos de una fiesta desenfrenada, o se rebelan contra mí como esos posos de café rebeldes que se niegan a desaparecer del todo con el agua. Ahí persisten, perennes e indelebles, mis ganas de extinguirme, como los posos de los que hablo, como las ramificaciones del alma que se extienden debajo de mis costillas y que me recuerdan que sigo viva, pero a qué precio. Ojalá poder arrancarlas de cuajo.

Es difícil, joder. Y me duele más que un castigo. Me duele como un golpe, como una explosión. como todos los besos que me debes y que ahí se quedarán, en el resquicio de tus labios silenciosos. Y te odio por ello, por guardarlos, por no compartirlos, por hacerte el encontradizo y fingir que no te importaban una mierda. Te odio tanto que es imposible que lo haga porque las ganas me paralizan. Te odio tanto que no sé como hacerlo porque ni siquiera eso puedo hacerlo bien.

Hay personas que pasan por tu vida haciendo más o menos ruido, pero otras sabes que te van a doler para siempre. Y es terrible. Terrible abrir la puerta a esa sensación, saludar al dolor como a un enemigo antiguo y dejar que campe a sus anchas por todas las extremidades de tu cuerpo voluntariamente. Pero así es. Así es el pacto tácito que asumes cuando decides implicarte emocionalmente con alguien y en algún punto, vas a dejar entrar al dolor, es así. No sabe quedarse fuera. No cuando tienes tantas cosas en la cabeza, tantas emociones descontroladas a flor de piel. No cuando lo llevas tatuado en el cuerpo como un mapa de todos tus errores, como un mapa de lo que siempre has sido. 

Fue, no sé, ese desgaste emocional que me fue consumiendo por dentro cuando fui acumulando errores y no me di cuenta. Y no lo hice porque tú estabas ahí y no podía pensar en otra cosa. ¿Y  qué puedo hacer al respecto? orbitar, seguir fluyendo con una corriente que me arrastra y me hace desbarrar. Realmente no hay respuesta porque nadie tiene las palabras adecuadas. En realidad porque no existen. Las palabras son una construcción tan falsa como las promesas que creíste hacerme.

 De cualquier forma sigo respirando, aunque es difícil porque el pecho me quema como si alguien hubiera decidido prender una hoguera. porque me duele el alma y me pesan los ojos de las lágrimas que soy incapaz de llorar. Porque...¿Podría?

Qué va. Sería más fácil no hacerlo. Prefiero notar el fuego debajo de mis párpados.

Solo aquí te confieso que me queda una esquirla pegada en el pecho que lleva tu nombre. Pero a esa arista no se lo diremos nunca. Será nuestro pequeño secreto.

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