Pepa
Aquella planta, mustia y con pocas hojas, intenta resucitar al sol, al borde de la encimera blanca y pulida.He intentado rescatarla varias veces y mi último intento fue construir ese pequeño invernadero frágil que descansa en el enorme patio de cemento, brillante, metálico, resplandeciente pero carente de vida, como las plantas que alberga. Ahí, yo también me dejé mis últimas fuerzas. No me di cuenta al montarlo de que a lo mejor, Pepa, ni siquiera quiere volver a su ser, no quiere volver a desplegar sus hojas y sus flores, porque volver al origen, es un proceso largo, lento, complicado y doloroso que a veces ni siquiera compensa.
No me daba cuenta de que Pepa se está marchitando al mismo tiempo que yo, y que ahora nos hemos convertido en una misma cosa, compartiendo un mismo proceso de desaparición. Como la oscuridad va absorviendo a Margaret Qualley en ese episodio de netflix que habla de la depresión, y que representa como la actriz va cayendo cada vez más y más hondo en un tunel infinito del que no puede escapar sola.
Pepa mi planta, se está muriendo al mismo tiempo que mi alma, que yo. Tampoco parece querer evitarlo.
Estamos conectados con todos los seres vivos. Formamos parte de un todo.
Pepa, la tristeza, yo.
Me pregunto cuanto aguantaré. Y como acabaré. Si acabaré como ella. Mustia, sin raices, sin tallos ni brillo. Torcida y tambaleante, débil.
Me pregunto si solo era cuestión de tiempo y la tolerancia al dolor ha llegado a su límite, y se ha abierto una compuerta que se lleva todo. Incluída a mí. Si vivimos solo lo que podemos soportar porque hay un umbral de amor y tristeza.
Siempre temí no poder querer más a alguien, no saber demostrarlo. Ahora temo que haya un siguiente nivel de pena, porque quizá no pueda caminar entonces ni tenerme en pie. Ya tambaleo, lo siguiente serán los traspiés.
No queda mucho.
Quizá solo deba rendirme y que pase lo que Dios quiera.
Quizá deslizarme al fondo del tunel me conecte con el otro lado y las antípodas de mis sentimientos sean mucho más agradables que todo esto.
Quizá mañana brille el sol y al menos, durante unos segundos, fuera como si ambas volviéramos a la vida. Quizá.
Pero seguramente mañana siga lloviendo. Y seguramente ambas, estaremos igual. Solas, tristes y cabizbajas.
No me arrepiento, yo ya no podía más y se que ella tampoco.
Fuimos fuertes, no fuimos nosotras, fue la vida.
Comentarios
Publicar un comentario