"Todas las personas mayores fueron al principio niños. (Aunque pocas de ellas lo recuerdan)",




Aquella frase de Saint Exupéry me caló hondo,todavía la recuerdo de memoria y me resulta curioso que el paso de los años no la haya borrado de mis recuerdos.

La verdad es que yo siempre lo tuve claro: aquello no iba a pasarme a mi. Pasar a formar parte de ese mundo de seres, poco comprensivos y formales que se describían en su obra, no era parte de mis planes, nunca me traicionaría, jamás ¿ Cómo iba a olvidar lo que había sido durante mis mejores y más queridos años?

Pero Con el tiempo me di cuenta de que crecer no era tan duro como aceptar el hecho de que aquello algún día pudiera suceder; y tan preocupada estaba yo en mi empeño de no pasar a formar parte del absurdo mundo de los adultos, que el día que decidí abrir los ojos a la realidad, después de haberme planteado innumerables dilemas, me había convertido en uno de ellos.... o al menos externamente, y resultaba, ciertamente inquietante.


Ahora tocaba explorar todas las nuevas cualidades supuestamente adquiridas; madurez, sabiduría...¿Dónde estaban? No me daba cuenta de que todo no era tan fácil, tenía que seguir creciendo, incluso ahora, no valía con unas cuántas canas y unas arrugas más, el viaje prometía ser largo.

Me adentré en una aventura imposible en la que fui consciente de muchas cosas totalmente nuevas. Desde aquella nueva perspectiva, descubrí que los adultos también sienten, y padecen, aunque su sensibilidad se vea enormemente condicionada por muchas cosas, entre otras, este mundo horrible en el que vivimos. El dolor es incluso más profundo, intenso, real, pues a él hemos de añadirle añade una tremenda añoranza, nostalgia por ese tacto especial que los años han borrado.


Descubrí también, que el de adulto, no era más que un disfraz que los años nos regalan, uno más en esta función de máscaras vital. El espíritu es el mismo, con distinto envase, por más que las desgracias del mundo se empeñen en envejecerlo, la mayor parte de nosotros conservamos el valor necesario para conservar parte del ayer en nosotros.


Concluí entonces que los adultos eran los grandes incomprendidos, qué injustos éramos al culparnos por no sonreir cuando sobre ellos pesan todas las grandes responsabilidades; bastante tienen ellos con ser más conscientes del dolor que les rodea y sobre todo con que sobre ellos pese la mayor de las penas,y es que ya no serán niños jamás...

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