Jonathan

 


Tenemos una bomba de relojería que nos pegan al cuerpo en el momento en el que nacemos con cinta invisible. Una fecha de caducidad, que desconocemos, y sin embargo, condiciona prácticamente todos nuestros actos. O bueno, condiciona los actos de aquellos lo suficientemente desgraciados (o no)como para tener conciencia de lo qué es la finitud. Porque no os penséis que todo el mundo dedica un minuto a pensar en el tiempo, aunque resulte paradójico. La mayoría de personas no tienen una neurosis tan bien definida y formada como la mía.  Se necesitan muchos años y experiencia para tener tantos traumas y pedradas.

Yo pienso en el tiempo a diario, como si fuera el cocodrilo que persigue al Capitán Garfio, como esa losa que amenaza con aplastarme en algún momento, como si vivir no fuera suficientemente difícil sin el recordatorio. Aunque es cierto que lo hago con especial intensidad en determinados momentos, como en mi cumpleaños. Mi cumpleaños, mi puto cumpleaños. La fecha más odiosa del calendario, más incluso que las festividades de índole religiosa, y más detestable que los mítines políticos que aborrezco desde que tengo uso de razón, sin causa aparente. Soy un ser humano de contrastes, capaz de argumentar cualquier cosa, menos mis fobias. Están ahí, pues ya está, no le demos más vueltas.

Oigo música de Jonathan Larson y no puedo dejar de pensar en el hecho de que estoy a punto de cumplir exactamente la misma edad que él tenía cuando murió, y sin haber alcanzado ningún objetivo existencial.  Ninguno. ¿Por qué nos conformamos con orbitar alrededor del sol cuando podríamos dedicarnos a tantísimas cosas? Porque nos da miedo arriesgarnos, y claro, el miedo es el peor enemigo, no os juzgo, ni siquiera a mí misma. Pienso en Jonathan y en la mala suerte, en nuestra edad. Al menos el dedicó su corta vida a intentar sacar adelante, por encima de todo, sus musicales. Yo lo único destacable que he hecho, es dedicar cantidades ingentes de tiempo a ver televisión y deslizar el dedo por aplicaciones informáticas. Tiempo, tiempo, ¿veis? no quiero amargaros, pero todo se reduce a lo mismo, a cualquier edad.

Cumplo treinta y cinco años...¿Y cómo es posible que me sienta exactamente igual que cuando cumplí dieciocho? ¿No se supone que en algún momento tenemos que alcanzar un cierto grado de madurez? O es todo una farsa y nuestros padres nos transmiten una fingida tranquilidad, cuando en realidad, siguen tan salidos como cuando eran adolescentes,  igual de imbéciles e inseguros. Tiene mérito disimular, ¿eh?, cada vez estoy más convencida de ello... aunque desconfiada por el hecho de que seamos criados por seres anclados en el pasado de forma irrevocable. Es cierto, nuestro pensamiento evoluciona, pero al final el alma sigue siendo la misma, aunque sume tiempo.

 A ver, no quiero ser injusta conmigo misma. He hecho alguna cosa., alguna pequeña. Dirigir un pequeño corto, intentar ser escritora y hasta escribir una novela, donar las ganancias a una asociación benéfica... pero...¿ es eso, de verdad, meritorio? ¿Algo que reseñar en mi funeral el día que alguien tenga que recitar unas líneas sobre mi vida miserable? Lo dudo. A lo sumo, mencionarán que "fui buena con los demás", cuando en realidad, la imagen más representativa sería la de un familiar hablando de mis múltiples trastornos y el hecho de que necesito medicación para ser funcional. Eh, pero nadie es perfecto, y resultaría divertido. Es más, deseable. Sinceridad ante todo sin ningún obstáculo. Incluso la muerte debería ser divertida y festejada, como sucede en otras culturas, más avanzadas que la nuestra. Aunque me apena el hecho de que  nadie hablará de todas las hojas que escribí, del amor que derramé en forma de lagrimas en millones de folios, o de lo intenso que era mi amor en el pecho, hasta el punto de alcanzar la potencialidad de un agujero negro. ¿Os imagináis ser arrasado por vuestros sentimientos? Es terrible pero maravilloso al mismo tiempo, como llevar dentro del cuerpo a un villano que te agota, y al mismo tiempo te da las alegrías más grandes. La dualidad del personaje.

Pero por eso lo he hecho, por todo esto. Porque voy a cumplir treinta y cinco años, y tengo una vida, más o menos estable que no me llena en absoluto. Porque lo que realmente me apasiona, no puedo conseguirlo, porque todo es rutinario y no puedo permitir que pase un segundo más sin intentar cambiar lo que, al menos está a mi alcance. ¿Y realmente vale la pena dedicarse en cuerpo y alma a conseguirlo? ¿O basta con haberlo intentado alguna vez? ¿Realmente quedará alguien que recuerde nuestras hazañas o al final dará lo mismo todo, y solo debería importarnos lo que nos llevamos puesto?.


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