Hay días en qué los rayos del sol te curan

Voy andando a paso ligero. El sol cae a borbotones sobre mis hombros, aunque no calienta demasiado. Es agradable. Me gusta la ciudad cuando corre el airecillo, cuando soy consciente de las cosas que me han hecho quedarme aquí.

No siento que no haya evolucionado. Al revés. A veces que hay que tener muchas agallas para quedarse en un sitio con tantos recuerdos tristes.

Paseo mirando a la gente que pasa a mí alrededor, consciente del paso del tiempo. De la primera vez que fui consciente del paso del tiempo. Tenía catorce años y tuve un pequeño ataque de ansiedad pensando que, podría morir. Es absurdo, porque ahora con el tiempo jugando mucho más en mi contra (aunque nunca se sabe), el pensamiento no me da miedo, sino quizá, curiosidad. Curiosidad de cómo tememos cosas inevitables, y admiración también por la fortaleza que nos procura la vida para reponernos de lo malo.

Oí ayer a alguien decir, quizá en una película española, que el dolor se siente, pero se va tolerando. Creo que el dolor se va amoldando a tu cuerpo hasta convertirse en una parte más de ti, pero seguir, te sigue acompañando de por vida. No creo que haya fases, creo que simplemente el cerebro asume la normalidad de ese sentimiento


Sigo caminando. El sol lo inunda todo. Quizá también la química en mi cerebro hace todo mucho más tolerable. Pero hay algo que me hace sentir cierta felicidad. Esos relámpagos que te retrotraen a un tiempo concreto. Como fogonazos.


Me gusta el verano. Me gusta este verano que no llega a calentar del todo y me gusta esta tristeza sempiterna que me alerta y me hace intentar que los demás no sientan los mismo que yo. Me hace ser mucho mejor, me hace ayudar mucho más.


Suenan pitidos en la televisión. Silbatos futbol. Wendy se tapa la carita con la mano y Momo y Mochi duermen en las escaleras.


Las heridas se han ido curando.


Comentarios

Entradas populares