Un gatito con nombre de pastel japonés

 Un gato ronronea sobre mi hombro, la respiración agotada al compás del movimiento rápido de su pequeño pecho blanco, que se desplaza de arriba a abajo. No tengo fuerzas para descifrar porqué hoy esto no me hace un poco más feliz, más completa. Como si la capacidad de apreciar las cosas buenas se hubiera evaporado, al mismo tiempo que mi conciencia.

Hoy es uno de esos días en los que pesan las piernas y el alma, que no puedes moverte tan libre como quisieras porque, de alguna forma, algo te ancla al suelo. Es cierto que el desánimo tiene algo de cárcel, es demasiado poderoso, es devastador.

Me siento y veo como los minutos se hacen horas y como la jornada pasa tan rápido, que el Lunes se convierte en viernes casi sin dejar paso al resto de días. Esto lo retrata muy bien el cine en las secuencias a cámara rápida en qué una procesión continua de personajes repite conductas una y otra vez. A veces me siento realizada, otras, casi un autómata.


Repito el mismo paseo que todos los días. Ando sobre los mismos pasos. Distinta casa, el mismo lugar, los niños que entran puntuales a un colegio que un día albergó mi alma adolescente.

El convencimiento de que el tiempo es una línea recta, que en alguna dimensión ya ha terminado termina de ahogarme por dentro. Pero no pasa nada, ese pensamiento siempre ha estado ahí, intentando protegerme.


Es paradójico, mis mayores miedos son una manta con la que me camuflo de la rutina y en realidad el temor, a veces, es mero atrezzo.

Comentarios

Entradas populares