Hoy he recibido un paquete. Un paquete de ropa.Pequeñas dosis de placebo que de vez en cuando me hacen sentir mejor al tener cosas materiales, sin ser consciente, al menos de cara al mundo, que ese bienestar superfluo dura tan solo el segundo que deshaces el paquete, sus adornos y descubres que la ropa, te queda, quizá no tan mal como pensabas pero nunca serás como el resto de chicas. Sin saber, tampoco, si esa visión propia es real o es algún trastorno mental dismórfico que deforma mi imagen en el espejo, como si me viera a través de un grotesco caleidoscopio que me deforma hasta convertirme en una criatura propia de una película de Labthimos.
Al abrir la caja, una chaqueta rota sin un botón justo en el corazón de la prenda. Como si estuviera triste y rota. Me la pongo y la imagen que me devuelve el espejo no es amable. Sigo sin encontrarme en el cuerpo que la madurez me regala y sigo sin asumir que este cuerpo muerto, nunca vaya a ser capaz de traer vida a este mundo, .¿como podría si solo piensa en cosas tristes? A veces pienso en la osadia de desear algo así, como si fuera uma niña que desea el juguete de otra sin merecerlo, sin saber qué es, como si fuera por esta vida pululando entre estímulos que no soy capaz de desentrañar.
Me doy cuenta de que no soy diferente a esa chaqueta y de que falta exactamente lo mismo. Esa pieza tan chiquitita sin la que no funciona el conjunto.
Es como si, volviendo a Lanthimos, fuera Emma Stone deambulando por esta vida sin corazón. Una criatura rota, caprichosa que jamás encontrará nada en este mundo más que angustia.
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