Pienso mucho en mi madre y en mi abuela estos días. A través de la ventana que es el Registro,  donde me cuentan mil historias de pérdida,  soy consciente de que jamás voy a superar la mía. Las mías.

Pienso en lo egoísta que es el dolor. Y de lo mucho que quiero a mamá, y que a veces parece que es más de lo que quería en la tierra. Me arrepiento de haberla prohibido cantar por la calle, de avergonzarme de su felicidad, de ser como soy. Nunca valoramos lo que tenemos hasta que se va.

Me dice una señora muy amable que cuando pierdes a una madre el sentimiento de horfandad es terrible. Creo que ella no sabe hasta que punto. A veces hasta un punto enfermizo en el que lo conviertes en tu seña de identidad. Eres la niña sin madre. Un Peter Pan que nl creció porque sigue atascado en ese mundo en el que espera que mamá vuelva del despacho, siga cantando canciones de estopa h tenga pensamientos de derechas que, no comparto,  pero echo mucho de menos.

Quizá si me prometen que puedo pasar cinco minutos más solo con ellas vendería el resto de mi vida sin pestañear. Lo cambio todo,  aunque sea un sueño químico. 


Hoy echo tanto de menos que me cuesta respirar y siento que la vida ya no me gusta tanto porque no están y nunca estarán. Y no sabes lo que le hace al alma escuchar eso.


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