Un paquete de chicles.

 Sacó el paquete de chicles de su bolso rosa. Bueno rosa casi chicle, era tan cantoso como su flequillo. Se lo había comprado para el estreno de Barbie, en un intento de asumir normalidad en su vida. No sintió nada al ponerse ese bolso, o el mono de cuadros del mismo color porque tenía la cabeza en otro sitio totalmente diferente, aunque no lo supiera aún. Su puta manía de anticipar desgracias. Aquel día siguió siendo un día normal, un antes en el calendario, después vendría todo lo demás.

Volvamos a los chicles. Los compró en el tanatorio. Con sabor a frambuesa. Parece un lugar inapropiado para consumir, pero allí todo era distinto, hasta el cortacesped high end, los estanques y los prados bañados de flores. Pensó por un momento que también ella querría irse así, allí, en las Contiendas, solo que en una columna de humo, fusionándose con el viento.

Contó los chicles restantes, ya que la cajita empezaba a vaciarse. Tres, cuatro. Partió uno por la mitad y se lo metió en la boca con cierta tristeza. Desgraciadamente esos tres chicles y medio eran lo único que la separaba del último día que vio a su abuela. Aquellos chicles eran como las gominolas de su madre. El preludio de un tiempo acabado, de esos días que no iban a volver y también de la persona que ya no sería más.

Los metió en el bolso y observó al muchacho salir de la tienda de libros. Se sumió en la tristeza más profunda.

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