La esperanza duerme
Había una vez un pequeño resquicio, un agujerito tan pequeño por el que casi no cabía luz.
Había una vez un reino de sombras y un valle inerte, un corazón roto y una fábula que ya no tenía dueño, porque además ya nadie quería escucharla.
De alguna manera, por ese agujerito, que se había formado de las ruinas de antes, se coló un rayo de esperanza. Un rayo de esperanza desorientado que ya no sabía que más hacer y que buscaba refugio con empeño.
El rayo de esperanza brillaba con su propia luz, y empezó a iluminar algunas zonas, a cubrir con mimo la oscuridad que se formaba de la proyección de las sombras. Y allí donde otros veían piedras, escombros y destrucción, la proyección de la luz empezaba a reflejar otras cosas, creando mundos nuevos, ilusiones, sombras y fantasías. La esperanza encontró un refugio, y empezó a darle una forma nueva a aquella casa improvisada. Al principio con fuerza, con la fuerza de quien no sabe de qué va la cosa.
Pero la esperanza, aquella esperanza tímida, estaba sola y pronto se quedó sin fuerzas. Aquellas sombras, proyecciones y sueños, perdieron fuelle pronto. La oscuridad era demasiado poderosa, y sobre todo, y pese a ser un ser abstracto, pesaba mucho, y creaba desidia en el corazón de los demás. También de la esperanza que ni siquiera tenía alma y era solo un sentimiento pequeño, que casi no ocupaba espacio.
Pronto la esperanza se dio cuenta de que sola no podía hacer nada. De que la ausencia de luz podía con ella, que pese a todo lo que había pensado antes, no era tan fuerte y no podía hacerse con la situación. Quizá debía haber llegado en otro momento, había sido inoportuna, había llegado demasiado tarde.
Pero no quería morir y para protegerse se quedó dormida. Dormida dentro de aquel pequeño reducto de sueños rotos y escombros. De aquel corazón renqueante que se había roto.
Quizá solo necesitaba que alguien la despertara de nuevo. De momento solo duerme.
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