Un pellizco
Siempre he querido con muchísima intensidad y eso no lo comprende mucha gente. Querer, pero con mayúsculas, de forma que me abrasa el pecho.
La primera vez que me pasó, fue en la facultad y me pasó con mi compañero de mesa. Empezó a gustarme tanto, que solo verlo me provocaba una angustia terrible, que encontrármelo en el pasillo me daba naúseas y un miedo terrible. Que sentarme a su lado, y tener su compañía durante un rato, me aliviaban y me hacían daño al mismo tiempo.
Recuerdo hablar. Recuerdo como hablábamos. Usar el ordenador como barrera porque era la única manera de que él viera lo que era realmente, sin el trauma de mi fachada física que tanto odio. Como unas vacaciones en Santander ,sin ordenador, lo eché tantísimo de menos que pensé que me moría.
Ese es el nivel de intensidad del que hablaba, esa forma de querer de la que te acabas desprendiendo porque de lo contrario te acaba quemando y, al final, una tiene que protegerse un poco. A pesar de que ese amor del que hablo, la esperanza, la ilusión, la espera y el querer ser correspondida, a veces te regalen ensoñaciones preciosas (hoy, me recuerdo que no son eternas, duran lo que dura un pellizco)
Recuerdo el primer amor con muchísima nostalgia porque me da miedo que nunca pueda querer a nadie como quise, hace ya casi doce, trece años, a Alfredo. Pero también me da miedo que vuelvan a hacerme el mismo daño que me hizo él, que me vuelvan a romper las paredes del alma por dentro.
Creo que nunca he podido volver a reconstruirlas del todo (somos la suma de nuestros actos y también de nuestros errores, también los que nos llevan a morir un poco). Y también pienso que soy dos personas, la que era antes de querer a Alfredo, y la que fui después.
Ojalá vuelvan la pureza, aquella Luna que presenció los mejores momentos de mi vida y la esperanza. Hoy se ha terminado.
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