La leyenda del hilo rojo
Me encanta la mitología asiática, el culto a los dioses y a la muerte, el respeto que muestran a los que no están que siempre tienen prendida una vela en sus templos familiares y que conviven con aquellos que dejan en la tierra toda su vida. Son parte de su cotidianeidad, de su ser. Es bonito.
Pero de todas las leyendas, mi favorita es la cordón o hilo rojo, siempre me ha gustado, porque todo lo que esté relacionado con el amor me llama la atención.
Esta historia dice que los dioses por algún motivo, deciden en un momento dado de la existencia de los humanos, atar un lazo rojo que une el destino de dos personas para siempre, o para algo concreto. Así son los dioses, caprichosos pero también generosos. Así que yo siempre busqué ese hilo, que según decían, nacía de la punta de mis dedos, pero sin embargo no tenía como destino un lugar concreto. Nadie tenía un vínculo especial.
Tiraba, tiraba de ese hilo finito y descolorido...pero no había una respuesta. Fíjaos que hasta llegué a pensar que unos dioses, que ni siquiera eran los míos, me habían abandonado.
Todos los mortales tenían ese cordel que les ligaba a otra persona de modo permanente y sin embargo yo había pasado la mitad de mi vida buscando mi otra parte sin ningún éxito. Es más, tanto era mi esfuerzo, que las personas siempre resultaban o equivocadas o diferentes a las que él destino me había asignado. No sé. ¿Será que el destino a veces se olvida de nosotros? ¿Que al haber tanta gente los sueños no se cumplen para todos?
La leyenda de la cuerda terminó estrangulándome. No había nada, no existía nada y esa fina cuerda cada vez más tirante se aferraba a mi cuerpo dejándome sin respiración. Todo tiene su parte buena y su parte mala.
A día de hoy no creo que haya un hilo, y mucho menos que alguien esté conectado conmigo por un capricho del azar. A día de hoy me he vuelto una nihilista de las emociones y creo que necesito recuperar la racionalidad que en algún momento tuve. Quizá el sentido común no forme parte de mis cualidades como ser humano.
Después de tantas decisiones mal tomadas, ahogarme con ese hilito es lo mejor que puede pasarme. Ahora solo necesito aprender a tomar aire y salir a flote.
He dejado de creer que va a existir una mano que me rescate, lo que necesito es aprender a nadar. O por lo menos a seguir flotando.
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