Quizá algún día pueda rescatarlos
Quizá debería empezar a poner en silencio las emociones y aprender a esperar, esperar a que se vayan las nubes y esté todo despejado. Aunque tenga una máquina de palomitas dentro de la caja torácica que empieza a funcionar en el momento justo en el que lo veo y estalla de vez en cuando.
No entiendo porqué me pasa, justo ahora, justo cuando había asumido que todo debería seguir igual y que es el final hasta que llegue el fundido a negro. Es pronto para tirar la toalla, pero no tanto cuando llevas tanto tiempo intentando no hacerlo.
Aunque quiera un nuevo comienzo, no quiero emocionarme, y eso aunque empiece a ver un sueño asomándose y casi pueda tocarlo con la punta de los dedos. Ligero, intangible, elástico y etéreo, como las puntas de los dedos de una bailarina de ballet. Tengo miedo de verlo esfumarse, tan fácil como cuando desaparece el vaho de la ventana cuando empiezas a escribir unas letras, y éstas desaparecen poquito a poco. Eso ha pasado mil veces con mi esperanza, pequeña, encogida, mustia y tímida.
Soy una madeja de contradicciones y a veces veo imposible desenredarme, entonces me entra la necesidad de irme por un rato. Temo que un día no pueda volver.
Y el tiempo corre. Y los sueños se desdibujan según pasa y son devorados por el cocodrilo que esconde un reloj en su tripa. Cada segundo, se van evaporando, vuelan como pequeños granitos de arena cuando alguien sopla en la playa.
Todo es tan frágil como la existencia misma, sin embargo algunos sueños son tan fuertes que consiguen volver a salir a flote. Quizá algún día sea valiente y pueda rescatarlos.
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